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Espacios Tatuados

La sierra Tarahumara... R. Luna En el gran territorio aún sin explorar también se encontraba una serie de grupos cuya manera de habitar y configurar el espacio consistía, entre otras cosas, en un constante desplazamiento a lo largo y ancho de grandes extensiones territoriales. Tal es el caso de navajos y apaches, para el actual territorio del país vecino, yumanos para lo que hoy es la península de Baja California y tobosos, salineros y conchos, para el caso de la sierra Tarahu- mara. Fueron grupos organizados en pequeños núcleos familiares que a su vez conformaban otros mayores llamados bandas. La forma de subsistencia se basó principalmente en la caza y recolección; aunque se practicaba la agricultura no representaba el sustento básico, tenía un carácter de comple- mentariedad. La caza de venados, guajolotes conejos y otras especies endé- micas integraban su dieta, mientras que la recolección permitía el acceso a un sinnúmero de productos propios de las regiones por las que trashumaban. Por su condición de nomadismo, el número de integrantes de las bandas os- 173 cilaba entre los 50 individuos; sin embargo, el número total en este formato llegó a ser de 15 000 personas. Este sistema fue el más afectado por el proce- so de conquista introducido por los españoles, debido a que la organización en bandas representaba lo contrario a la lógica de concentración impulsada por Occidente (Spicer, 1962). Coexistía otra forma diferente de apropiación del entorno que, a la llega- da de los españoles, se le llamó rancherías, en donde la forma y temporalidad de asentarse en el territorio se expresaba en la dispersión de las viviendas y en una constante movilidad de la población, es decir, un sedentarismo atenua- do o lo que Aguirre Beltrán llamó nomadismo estacional (Aguirre, 1991: 68). Las rancherías estaban conformadas por pequeños asentamientos dispersos en las montañas y barrancas, habitados por familias nucleares que generalmente tenían vínculos de parentesco, con una constante movilidad que dependía básicamente de los ciclos agrícolas y de las temporadas del año. Esta descripción se encuentra también en las primeras crónicas de los religiosos que ingresan a la Tarahumara. Por ejemplo, el misionero jesuita Tomás de Guadalajara nos relata que los rarámuri “no viven congregados, sino a buena distancia en sus ranchos por las orillas de los ríos, y es difícil el conseguir se junten a formar pueblos. Y de continuo suelen andar de uno en otro pueblo, dentro de su nación, que fuera no salen” (citado en González, D. R. © 2012, Instituto Mora Se autoriza la reproducción total o parcial de este artículo, siempre y cuando se cite la fuente.


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