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Investigar para Incidir

Leticia Calderón Chelius Nos necesitamos unos a los otros y viceversa, dado que las leyes son la síntesis de lo que una sociedad debate, sus contradicciones, sus ideales y hasta sus duelos. Quinta lección: incidir no es hacerse cargo del conjunto de tareas que toca realizar a diferentes profesionales en el campo de conocimiento del investigador; su solo apor- te al campo del conocimiento ya tiene una utilidad mayúscula. Por tanto, y esto es una consideración personal, la participación en el diseño de políticas públicas y asesoría en temas de interés público es una opción muy interesante para el científico social, sobre todo cuando se logra el equilibrio suficiente para combinar el nivel de desempe- ño de su tarea de investigador (y docente), y le queda tiempo para realizar otras ta- reas. Este punto no es un asunto de “obvia resolución”, pues en sí mismo cristaliza el debate en que se ubica actualmente el papel que se le exige jugar al científico social en la sociedad contemporánea. ¿Es deber del investigador llevar a cabo sus proyectos, explicarlos, difundirlos, promocionarlos, diseñar políticas públicas sobre su tema e incluso, eventualmente, ejecutarla? En un mundo ideal y con 36 horas de sol al día eso sería lo óptimo para que hubiera una mayor coherencia desde la formulación de hipó- tesis, su conceptualización abstracta y el análisis de resultados, hasta su aplicación para beneficio directo de toda una comunidad. Ahora bien, si por un lado soy consciente de que al científico social no le corres- ponde, como tarea central, popularizar nociones teóricas abstractas, sino acotarlas y traducirlas a partir de los múltiples casos con que se aproxima a un campo de estudio, por otro lado sí creo fervientemente en la responsabilidad que el científico, en su cali- dad de ciudadano, tiene para contribuir a la sociedad en que vive, sea clarificando, aportando elementos o problematizando procesos. Es un desperdicio que un científi- co social, dada la capacidad de articulación de un discurso basado en un conocimien- to superior a la media y de gran profundidad en su propio ámbito de estudio, no participe, en la medida de sus tiempos e intereses personales, tratando de incidir en la esfera pública, es decir, construyendo ciudadanía y siendo él mismo un ciudadano. El punto, no obstante, es polémico, pues se presta a justificar la demanda que pesa sobre el investigador, al buscar su participación en una serie de actividades, presen- cias, acciones y compromisos que sobrepasan su ámbito de influencia y sus capacida- des mismas como académico. Todo ciudadano, independientemente de su profesión, tiene un compromiso social al que debe responder, lo cual, en nuestro caso, no nece- sariamente define el perfil de la propia carrera científica. Lo digo en franca alusión a la controversia que causa la evaluación institucional a la que los científicos sociales de- bemos responder bajo los rubros de vinculación e impacto social, lo que en el fondo viene a significar lo mismo que la pregunta planteada al inicio de todo este ensayo y que le dio origen, misma que me persigue desde hace años: “¿Y para qué sirve lo que usted hace?” A esto yo respondo, sin ninguna duda, que cuando mis libros o produc- tos de investigaciones de largo aliento son referencia en el debate público; cuando mis opiniones han contribuido en ampliar el marco del debate o sumar dudas al proceso social; lo mismo que cuando veo a mis alumnos concluir un curso de manera exitosa, 33


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