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Investigar para Incidir

La sociología política desde una trayectoria académica mantiene al investigador prendido a su objeto de estudio, es la incertidumbre por los resultados de la investigación. Pero lo que se obtiene en una investigación no necesa- riamente coincide ni con lo que el investigador desea saber (que es lo que estaba segu- ro de obtener), ni con lo que le parece más correcto. El investigador social no es un monje haciendo proselitismo, ni tampoco un Robin Hood luchando por los pobres del bosque de Sherwood. El doctor Víctor Espinoza Valle, un colega de El Colegio de la Frontera Norte, me comentó alguna vez una anécdota que permite entender este punto: luego de una larga entrevista que le hizo un congresista republicano de Estado Unidos en su cubículo de Tijuana, este descubrió sobre el escritorio del entrevistado mi libro sobre el voto en el exterior, el cual le causó interés, quizá previendo que conocer el tema podría serle útil en el futuro. Por mis afectos políticos personales, lo que menos me hubiera interesado es que mis trabajos sirvieran de insumo al ala conservadora de la política estadunidense, pero eso está fuera de mi control, como ocurre con cualquier investigación social; su destino, además del que he mencionado, sobrepasa al propio investigador. Cuarta lección: los resultados de una investigación ofrecen elementos de utilidad pública que no tienen un destinatario único; ese es su valor y lo que universa- liza el propio conocimiento social. Ahora bien, si la utilidad de la investigación social está en el conocimiento mismo que ofrece más allá de quien lo reciba, es real también que hay una demanda constan- te a las propias investigaciones sociales realizadas en el ámbito académico mexicano, para que justifiquen su intención más allá del principio científico aquí expuesto. ¿Para qué sirve?, ¿cómo se usa?, ¿cuál es su impacto? Estas son preguntas que los investiga- dores debemos responder, al mismo tiempo que tratar de develar la complejidad que sustenta un argumento o acota un campo de estudio. Resulta difícil responder estas dudas a través de indicadores que le quitan sentido a la pregunta misma. En mi caso, para intentar responder, más que números tengo en mente imágenes de momentos épicos, las cuales forman parte de mi propia historia como investigadora. Durante años el asunto de los derechos políticos, más allá de la geografía nacional (donde se ha cristalizado en el voto como su expresión más elemental), fue tema de debate político en México. Ciudadanos que demandaban el derecho y políticos y fun- cionarios de distintos partidos haciendo malabares verbales para posponerlo. En la década de los años noventa, cuando el tema tomó fuerza en México, había quienes en la clase política, los medios de comunicación y la sociedad en general lo veían como un asunto peligroso y hasta intervencionista. Sin embargo, en el fondo sucedió lo si- guiente; este tema reunía algunos de los principio ideológicos que conformaron la idea de nación que nos habíamos construido para beneficio de un grupo en el poder: país cerrado y temeroso al asedio del exterior, chovinista, patriotero. Pero el tema y la construcción de la demanda política que yo he estudiado coincidió con la apertura que se había iniciado en México, paralelamente a los cambios a nivel global. La idea de naciones interconectadas por la globalización se generalizó y los intentos reduccionis- tas de la nación a una raza, idioma, religión, partido político, símbolos culturales ex- 30


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