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Investigar para Incidir

Leticia Calderón Chelius primer cuestión con que se inicia es la siguiente: “Un mexicano cruza la frontera e inmediatamente se pone el cinturón de seguridad, no tira basura a la calle, no se cruza en lugares indebidos y respeta las leyes de la manera más estricta que puede. ¿Se trata acaso de un acto de magia o será que la esencia de la ética protestante tuvo un efecto súbito sobre los ciudadanos mexicanos que se adquirieron, de un momento al otro, una cultura cívica ejemplar…?” Dicha anécdota, que quizá todos han escuchado un sinnúmero de veces, es casi una muletilla o lugar común. Parece ser, según dicho planteamiento, que muchos observan un cambio súbito en los mexicanos que cruzan la frontera de su país para asentarse en Estados Unidos, pues una vez ahí, se vuelven ordenados, siguen normas que serían imposibles de respetar en México y evitan violar las más comunes —respe- tar los límites de velocidad, por ejemplo, o sacar a los perros con correa, no tirar basu- ra en las calles y sí separarla, no hacer ruido en horas consideradas como no adecuadas, etc. Esta obviedad, visible a los ojos de todos y que es una imagen repetida por tantos, deja de ser una anécdota cuando se observa con detalle que, en realidad, lo que ocurre en ese proceso, propiciado por la migración, tiene implicaciones muy profundas y representa un hecho sociológico de gran complejidad: la confrontación de culturas políticas, valores sociales y conductas socialmente aceptadas, frente a un nuevo marco legal y una aplicación distinta del estado de derecho. No, esos mexicanos descritos antes no son mejores o peores mexicanos; simplemente, son sujetos que se ajustan al sistema político y judicial al que se incorporan y aprenden a hacerlo de manera veloz para evitar, en lo posible, ser sancionados.2 Por tanto, la lección no es la actitud de los sujetos en sí misma, sino que ante la prevalencia de un estado de derecho los sujetos respetan sus reglas y actúan cívicamente. De esta manera, y conforme fui avanzando en mis investigaciones, retomé algunos temas que se habían presentado de manera recurrente en cada observación, encuesta o nueva entrevista. Cuando llegué a comentar ante conocidos mi trabajo sobre la par- te política del proceso migratorio, muchos me hicieron una pregunta, de forma casi inmediata: y si los mexicanos pudieran votar desde el exterior, ¿por quién lo harían? Esta pregunta intrigaba a todos, colegas, amigos, familiares, pero sobre todo a políti- cos y funcionarios a quienes alguna vez comenté mis avances. Dado que en México el tema de la expansión de los derechos políticos, especialmente para quienes radican fuera del país, es un tema que se dio de manera muy lenta y a contracorriente, el asun- to del voto por parte de una comunidad que es inmensa en millones de personas que componen el éxodo migratorio mexicano se volvió de interés público. Activistas sos- teniendo la demanda por años y un Estado a través de sus voceros negándose sistemá- ticamente a abrir el candado del voto más allá de la geografía nacional o dicho de otra manera, que la condición de ciudadano no se pierda al emigrar, lo que le parecía extra- ñísimo a colegas extranjeros con los que comentaba el asunto. ¿Pero qué puede haber 2 Para leer con detalle esta investigación véase Calderón y Martínez, Dimensión, 2003. 27


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